El otro día llevé a mi hijo al trabajo y la frase que más escuché fué:
"¡Qué guapo es! No se te parece en nada..."
Efectivamente, amigos, esto es lo que tengo que aguantar ahora. Ataques directos a la línea de flotación de mi autoestima. Vamos, que salí de allí con un pedazo de complejo Moe que te cagas.
Sí, bueno, la verdad es que me alegro de que el chiquillo sea más guapo que su padre, pero la gente podría disimular un poquito, digo yo. Porque la otra alternativa es que estuviesen insinuando algo mucho peor. Y no solo en mi puta cara, si no delante de todo el mundo.
Por si eso fuera poco, cuando vienen familiares a casa de visita, no saben diferenciar entre mis figuras frikis super-exclusivas de coleccionista de los juguetes desechables de mi hijo. Joder, que tengo treinta y muchos años y mi hijo tiene 8 meses... ¿en serio es tan difícil?
Es como si fuera un maldito inmaduro, fantasioso y feo pajillero jugador de rol. O sea, como si no hubiera cambiado nada desde el instituto.
Yo vivía completamente engañado, pensaba que tener un hijo sería como convertirse en superheroe molón digno de admiración. Yo pasaría a ser algo así como un Batman supermolón y mi hijo me seguiría sin rechistar a todas partes como mi sidekick, pero la cosa ha dado un giro inesperado.
Me he dado cuenta de que YO SOY el sidekick de mi hijo, hago lo que él quiere, le doy los juguetes que él quiere, voy siguiéndole donde a él le da la gana ir, le recojo las cosas que tira al suelo...
Sus bofetones metafóricos hacen daño. Dejan una honda marca en mi suscepible psique friki que no sé si se recuperará nunca. Y es que ser padre envejece 3 años automáticamente.
Y hasta aquí los momentos paternos.
Para despedirme podría decir que el año que viene escribiré más en este blog y será todo descacharrante, pero no nos engañemos, la cosa cada día esta peor y hago esto más por automatismo que por convicción. Ya veremos que hago.
¡Hasta la vista frikis!