Pasar el verano en el pueblo es algo especial. Algo que te marca profundamente cuando eres niño y cambias de aires drásticamente.
Pero también tiene sus inconvenientes: una de las cosas que nunca he llegado a entender ni asimilar es la absoluta falta de privacidad que se produce en el pueblo.
No puedes hablar de según que cosas porque el que alguien de tu alrededor (bar, plaza, piscina...) puede saber de lo que estas hablando, lo que, gracias a mi famosa incontinencia verbal, me ha pasado más de una y dos veces (100% verídico).
Un día fuí con mi chiquillo a comprarle una bolsa de pipas para entretenernos mientras disfrutábamos de las celebraciones y jolgorio general y después de pedir el producto en cuestión la señora que me atendía diligentemente me soltó a bocajarro:
- ¿Tú eres el marido de Nosequien?
- No....
¿Le contesto o me callo como un borde? Parece que me conoce, a lo mejor se ha equivocado. A lo mejor es una familiar de mi señora y la voy a cagar.
- Yo soy el marido de Blabla.
- ¿Y de quien es?
- De Blabla Blabla.
- Pues no se...
- ¿Me da las pipas, por favor?
Y así me voy trabajando mi fama de forastero antipático, cuando no gilipollas, en un pequeño pueblo donde todo el mundo se conoce. ¡Bien por mí!
¡Hasta la vista frikis!