Paparruchas perrofláuticas.
Yo me considero un hombre ilustrado, un humanista con los pies en el suelo que no se deja llevar por eslóganes esgrimidos como tótems por turbamultas de indignados piojosos y mugrientos.
Y así, en mi clarividencia, os digo: La radiación es buena, amad la radiación. Porque llegará el día en que nos encontraremos bajo la espada de Damocles y, entonces, ¿quién nos salvará? Sí! La radiación! Y en ese día, los progres ecologistas, los vegetarianos anémicos, los perroflautas… todos ellos gimotearán suplicantes para que su odiada radiación les salve sus peludos y piojosos traseros.
Pero no me creáis porque sí, aunque las listas de audiencias de las diferentes TV’s demuestran que tenéis suficientemente poco criterio como para creer lo que yo diga sin hacer preguntas al respecto. Pese a ello, a continuación voy a mostraros porqué la radiación es nuestra amiga y porqué el plutonio debería ser el mejor juguete para nuestros hijos.
Yo no he ido a la universidad como esos pijos de Beverly Hills o Melrose Place, pero sí sé algo que ellos no saben. Sé dónde se oculta el conocimiento, sé a dónde hay que recurrir cuando queramos descubrir los más secretos misterios de la ciencia moderna. Exacto, en el Cine de serie B.
A lo largo de los años he acumulado más horas de visionado de Serie B de las que serían necesarias para cursar una docena de doctorados universitarios (Fiestas toga incluidas). Lo cual hace que tenga más conocimiento de física elemental, física avanzada, física nuclear, astrofísica, física cuántica y físicos femeninos que Einstein, Carl Sagan y el tipo ese de la silla de ruedas juntos. Quizá sólo Rocco Sifreddy me supere en el último campo de la física.
Pues bien, dados mis amplísimos conocimientos, he llegado a la conclusión de que la energía nuclear es algo así como el Santo Grial o la Piedra de Rosetta de la ciencia. Sus aplicaciones son variadas y casi infinitas. A continuación os voy a demostrar empíricamente, como buen científico, porqué no sólo deben proliferar las centrales nucleares, sino también porqué eso del desarme nuclear es la mayor estupidez que una mente progre y atrofiada puede excretar.
Empezamos por algo fácil; Un piedro se dirige hacia la Tierra y, en caso de impactar, se va a ir todo a tomar viento. ¿Qué hacemos?, ¿Quién nos va a salvar el pellejo? Pues está claro; un petardo nuclear bien puesto.
No sólo eso, sino que demuestran una gran versatilidad pudiendo usarse a lo bruto, lanzando el misil nuclear directamente contra el asteroide o bien hundiéndolo en el interior del cometa para reventarlo desde dentro.
Subimos un poco el nivel de dificultad. Como todo el mundo sabe, la tierra rota sobre su propio eje, al tiempo que rota alrededor del sol. Pues bien, tarde o temprano, y por motivos que exceden este tratado que estoy escribiendo, la tierra dejará de rotar sobre su propio eje.
Esto tendrá consecuencias catastróficas para el planeta y para todo lo que se arrastra sobre su superficie. Pues bien, ¿imagináis quién acudirá en nuestro rescate? Exacto! Nuevamente, una bomba atómica. O, en este caso, varias de ellas.
Estratégicamente colocadas bajo la litosfera y detonadas en un orden preciso, harán que esta perezosa bola de barro en la que vivimos reanude su habitual movimiento de rotación. Es el equivalente geológico a que un gordo se coma un chile picante por la mañana y en ayunas.
Y entramos en la siempre fascinante astrofísica. El Sol nos ilumina y calienta. Y permite a los que tenemos un cuerpo privilegiado ligar bronce mientras disfrutamos de las mozas en top less.
Pues bien, con el tiempo el Sol se consumirá, reducirá la dosis de calor que envía sobre nuestro planeta y, finalmente, se consumirá en un agujero negro. ¿Qué haríamos si esto sucediese hoy mismo? A estas alturas imagino que cualquiera que haya estado atento a lo que escribo lo sabrá. Pues sí, en efecto, mandarle a ese gordo iluminado un misil termonuclear lo bastante grande como para ponerle las pilas. Literalmente.
Una masa crítica de material fisible del tamaño de Manhattan, detonado lo suficientemente cerca de la superficie del Sol debería ser más que suficiente para reactivar el astro rey.
La Tierra está protegida por un campo magnético el cual evita que, entre otras cosas mucho más interesantes, nos fríamos literalmente debido a los vientos solares. Pero es posible que el paso de un meteoro lo suficientemente cerca de la superficie de la Tierra altere este campo magnético, volviéndolo loco y, en última instancia, haciéndolo desaparecer por completo.
Si esto sucediese, nuevamente deberíamos recurrir a nuestras viejas amigas las armas nucleares para salvarnos el trasero. ¿Cómo? Pues fácil, detonando una bomba en la estratosfera para que reactive el campo magnético.
No obstante, en esta peli y por motivos demasiado largos como para contarlos aquí no es posible enviar un avión al lugar correcto de la detonación, así que hay que recurrir al plan B. No os asustéis, el plan B también implica bombardear cosas. Aunque en este caso hay que sumergir una bomba en la fosa de las Marianas, a 10 km de profundidad, y detonarla allí abajo.
Aquí comenzamos con la clase realmente avanzada y veremos cómo un arma nuclear alcanza el clímax de su versatilidad. En ese caso lo que se acerca hacia la Tierra es algo tan aterrador como un agujero negro, el cual amenaza con absorber el mundo y enviarlo al olvido más absoluto.
Lo cierto es que cuando uno es un avezado consumidor de Serie B tiene la ventaja de ver el futuro con una clarividencia meridiana. Así, cuando ví lo que se acercaba hacia la Tierra no pude por menos que exclamar ¡Nuke ’Em! Aunque a los tipos de la peli pareció costarles algo más encontrar la solución al problema.
No obstante, esta película introduce un interesante factor. Normalmente en las películas de este tipo siempre suele haber una solución razonable y aparentemente aceptada por todos. Pero en Black Hole tenemos discrepancias. Así, mientras los americanos proponen la solución básica ante eventos potencialmente apocalípticos, esto es, ¡Nuke ‘Em! Rusos y Chinos proponen algo alternativo, pretenden alterar la rotación terrestre para intentar esquivar la influencia del agujero negro. ¿Cómo hacer esto? pues obviamente bombardeando algo. En este caso, los polos de la tierra.
Como no podía ser de otra manera, la estupidez Ruso-China fracasa miserablemente, así que nos quedamos con la opción buena, el bombardeo frontal del agujero negro.
No sólo se salda con éxito (como no podría ser de otra manera cuando tenemos de nuestro lado el poder del átomo), sino que descubrimos un uso inesperado y muy interesante.
Tras estallar las bombas atómicas contra el agujero negro éste se desintegra en un caleidoscopio de colores y entonces sucede lo imposible. Las extrañas e inesperadas energías liberadas del interior del agujero provocan un ¡viaje en el tiempo!, ¡¿wtf?!
El caso es que el universo retrocede en el tiempo hasta el momento anterior a la aparición del agujero negro, dejando así la Tierra intacta y sin sufrir ningún tipo de destrucción.
Y por hoy ya está bien. Espero que hayáis aprendido la lección y, a partir de ahora, veáis con otros ojos a esa injustamente defenestrada amiga nuestra, la radiación.