Hace unos días, recordando viejos tiempos con Juls (esto es, hablando de las tías buenas que había en nuestros institutos y colegios) rememoré una época especialmente interesante que hoy os voy a contar.
Talmente como un episodio de esa gran serie que es "La Banda del Patio", en el colegio donde realicé 7º y 8º de EGB, el patio se convirtió en un lugar peligroso y fascinante al tiempo. Allí, junto a personajes como el
"Gran C", del que Juls habló hace unos días, fuimos testigos de eventos sin par.
Primero hablaré del status quo imperante cuando yo llegué a aquel colegio a cursar mis dos últimos años de EGB. Provenía de otro colegio que cerró, en el cual había estado desde primero de EGB.
Lo primero que recuerdo es el bullicio. En mi primer colegio eramos 12 alumnos en clase, y el resto de las clases no superaban en mucho ese número. Pero al llegar a mi nueva escuela fuí golpeado por un gentío inavarcable. Clases de unos 40 alumnos, y duplicadas, las típicas 7ºA y 7ºB y 8ºA y 8ºB. Yo caí en el B ambos curos.
La piramide de la clase era clásica. Estaba la tía buena; una rubia cuyo nombre no recuerdo y que fué la protagonista de mis primeras sesiones onánicas (sí, comencé tarde ¿y qué?).
También estaba el matón de turno. Un tipo cuyo apellido, Franco, no podía presagiar nada bueno.
Por supuesto, estaba el tonto de la clase. Receptor de burlas y golpes de manera cosntante.
Y también había una curiosa variante de tonto de la clase. Era un tonto que se creía matón. Se llamaba Lluis y en varias ocasiones pagó cara su pretensión. Pago realizado en forma de "calmantes" (rodillazos en el lateral del muslo) y otras formas de tortura infantil.
Durante ese 7º curso fuimos testigos de hechos sin igual. Pero no voy a hablar de ello. Directamente pasaré a hablar del 8º curso.
Para ese curso llegaron varios alumnos nuevos. Entre ellos destacan los 4 "Ultras". Cuatro malencarados tipos, ultras del Español de Barcelona. Gente violenta y peligrosa.
Con su llegada aprendimos una máxima inmutable en la naturaleza: Siempre hay un pez más grande. Nosotros vivíamos encerrados entre las paredes de nuestro patio. Allí teníamos identificados perfectamente a los personajes que protagonizaban nuestras vidas. Eramos incapaces de concebir que, fuera de aquellos muros, hubiese nada más.
Y los ultras nos lo demostraron. El matón tradicional, el llamado Franco, era para nosotros como el dragón de todo buen poblado medieval. Le temíamos, pasabamos la vida intentando evitarle y, cuando esto no era posible, intentabamos mantenerle en un estado de tranquilidad y felicidad, para evitar que descargase su furia contra nosotros.
Entre los muros del patio Franco era todopoderoso. Y nada nos había preparado para el descubrimiento que ibamos a hacer: Franco era un mierda.
Cuando los Ultras llegaron nos dimos cuenta que habíamos pasado mucho tiempo aterrorizados ante una lagartija, pensando que era un dragón. Y cuando vimos al dragón verdadero, nos cagamos en las bragas.
Cuatro tipos grandes, varios años mayores que nosotros, vestidos con las típicas botas camperas, chupas "Alpha Industries" típicas de los matones fuboleros y amantes de la camorra.
Si para nosotros fué un golpe duro descubrir aquello, para el matón fué todavía peor. Acomodado en su poder absoluto sobre el patio, descubrir que no era más que un mierda le afectó. E hizo lo que cualquiera que haya abusado del poder hace, cuando se encuentra ante alguien más poderoso; se convirtió en el bufón de los cuatro ultras.
El grupo de Ultras era realmente curioso y parecía diseñado por un guionista de comic de los años 80.
Estaba el Jefe, un tipo poderoso y no estrictamente estúpido, lo que le hacía peligroso. Creo que en el fondo no era malo, pero se esforzaba en serlo. Quizá el asumir la tutela de sus tres secuaces le obligaba a adoptar ese papel de malvado.
Luego estaba el Bueno, se llamaba Paco (es el único nombre que recuerdo). Era un buen tipo, realmente no sé porqué iba con aquella gente. Eso sí, su bondad no debía distraerte, si los cuatro Ultras decidían que hoy era tu día de pillar cacho, el Bueno te daría como el que más.
Seguidamente teníamos al Gordo. Un tipo gigantesco y obscenamente gordo. Un cabrón medio subnormal cuyo única meta en la vida era intentar caer en gracia al Jefe.
Finalmente estaba el Malo. Un hijo de puta peligroso del que había que mantenerse alejado. Disfrutaba con el sufrimiento ajeno y el papel de Ultra machacas le quedaba como anillo al dedo.
Junto a los cuatro Ultras, llegó Adela. Los Ultras fueron al matón del patio, lo mismo que Adela fue a la tía buena de la clase. Entre nuestros acogedores muros, no podíamos concebir mayor erotismo que el que desprendía la rubita. Pues bien, Adela llegó e hizo saltar por los aires nuestras hormonas y nuestros esquemas sobre tías buenas.
Primero, la chica era 2 o 3 años mayor que nosotros. A esa edad, aquello significaba que ya había dejado de ser una cría mona, para pasar a ser una bomba sexual.
Segundo, vestía como una zorra. Creo que nunca había visto una minifalda hasta que llegó ella.
Y tercero, estaba buena hasta hacerte perder la consciencia.
De forma automática, la rubita que hasta ahora había protagonizado mis fantasias onánicas, quedó obsoleta. Sustituida por Adela, la cual es, todavía hoy, la chica que más veces a aparecido en mis pensamientos durante mis ratos de asueto.
Pero Adela encerraba un terrible secreto. Era la novia del Jefe de los Ultras. Crom sabrá porqué, ya que la chica era bastante maja y simpatica. Y, pese a vertir a lo zorrilla, no parecía ser el típico putón que pasa de mano en mano en los grupos ultras.
En cierto sentido aquello le daba morbo. Era como la fruta prohibida. Mirarla durante más de dos segundos era arriesgarse a desatar la furia de su novio. Y esa furia podía dar con tus huesos en la enfermería. O en el cementerio.
El caso es que yo le caí en gracia. Al Jefe de los Ultras, quiero decir. Si le hubiese caído en gracia a Adela, ahora estaría muerto. O paralítico.
Aunque por acostarme con ella, aunque solo hubiese sido una vez, creo que me hubiese arriesgado alegremente a pasar el resto de mi vida tetrapléjico y sentado en una silla.
En clase nos sentabamos en pupitres de a dos. Yo me sentaba en la parte derecha del pupitre, junto a un tipo que me caía bien, sin llegar a tener unar relación demasiado estrecha. Justo delante mío se sentaba el tonto de la clase, y a su izquierda, se sentaba el jefe.
Los Dioses nórdicos sabrán porqué, esta cercanía hizo que el Jefe me cogiese cariño. Recuerdo que un día comentó: "¿Sabes? Normalmente, debería estar golpeándote. Pero no sé porqué, no tengo ganas. Me caes bien". Yo, con media sonrisa quedé paralizado, mientras mi cerebro ardía en frenética actividad. ¿Que contestar? Este era uno de esos momentos en que cualquier vacilación, cualquier paso en falso, puede dar con tu cara impactando contra un puño. Así que me limité a sonreir y murmurar algo. Aquello pareció complacer al Jefe.
Recuerdo un día en que Adela vino especialmente sexy, con una minifalda que dejaba muy poco a la imaginación. En el patio apenas se podía respirar debido a las hormonas a toda pastilla.
Ya en clase, estaba yo en mi pupitre hablando con el Ultra y el Tonto, que estaban girados hacia mí. Entonces se me ocurrió una idea genial; le dije al Ultra que el Tonto no había dejado de mirarle las piernas a Adela en todo el día...
El tío ni siquiera pestañeó, no dudó un milisegundo, apenas terminé yo de hablar, le pegó un puñetazo en la frente al Tonto. El golpe se oyó en toda la clase y el tio quedó medio muerto. Ví su cara tras el golpe y su mirada se perdió al borde de la inconsciencia.
Luego me arrepentí. Pero bueno, para eso están los Tontos de la clase ¿no? para recibir ostias.
Y para eso están los machacas, para repartirlas.
Y para eso estamos los cerebros diabólicos, para hacer que los machacas golpeen tontos sin motivo....bwahahaha!!!
En otra ocasión, desafié a la muerte abiertamente. Mirando a los ojos a la Parca.
Estabamos jugando en el patio "a pillar". Yo, corriendo de arriba abajo casi sin control, fuí a chocar contra el Malo. Quedé petrificado, helado, casi me cago en los pantalones. Me humillé patéticamente pidiéndole perdón y jurando que no le había visto. E, internamente, asegurándole a Dios que jamás me volvería a hacer una paja si me dejaba salir con vida de aquello.
El Malo me insultó y me alejó de él de un empujón, como si de una mosca se tratase. Yo me alejé rápidamente sin poder dar crédito de mi suerte.
Seguimos jugando al mismo juego. Yo seguía corriendo por el patio alegremente hasta que un giro desafortunado, un traspiés... y fuí a chocar de nuevo con el Malo!
Si la vez anterior apenas se molestó y me quitó de enmedio, ahora pareció enfadarse ligeramente. Yo volví a humillarme, casi genuflexo, pidiendo piedad hacia mi persona. El Malo me preguntó si era gilipollas o algo así y me empujó con furia tirándome al suelo. Yo huí de rodillas, lamentablemente, y sin parar de pedir perdón. Y jurando que jamás volvería a tener pensamientos obscenos si me libraba de aquella. La demostración de patetismo debió complacerle, puesto que me dejó ir sin causarme dolor.
Pocos minutos después, jugando todavía al mismo juego, mi vida pendió de un hilo. Corriendo con la torpeza que me caracterizaba, repetí por tercera vez la misma estupidez. Fuí a chocar de nuevo contra el mismo tipo.
El Malo estalló de furia. Por los insultos y los balbuceos, creo que pensaba que le estaba tomando el pelo o algo así. Yo casi me meé en los pantalones. Sollozante, pedí perdón de una manera indigna que todavía hoy me avergüenza. Pero tres veces eran demasiadas, esta vez el patetismo no ablandó el corazón de el Malo.
Me empujó con furia, luego me cogió por las solapas y, casi en bolandas, me hizo atravesar todo el patio hasta estamparme contra una pared. Y, sin soltarme, siguió golpeandome contra la pared, mientras me insultaba y yo trataba de calmarlo pidiendo perdón.
Estaba seguro que iba a morir. Mi única duda consistía en cuanto dolor me iba a provocar aquel animal antes de matarme. Pero entonces apareció el Jefe y le ordenó que me dejase. El Malo obedeció a regañadientes. Desde entonces, el Malo me miraba con odio. Creo que, si nunca llegó a matarme, es porque el Jefe así se lo había indicado.
Durante una temporada, se popularizó en el patio el jugar a "caballitos". Que consistía en que uno, el caballo, se cargaba sobre las espaldas al jinete. Y el objetivo era hacer caer al jinete contrario de su montura. Normalmente las luchas se desarrollaban enfrentandose las monturas frente a frente, mientars los jinetes forcejeaban.
Yo solía jugar con el Gran C, haciendo de montura. El Gran C era un buen jinete debido a su delgadez, con lo cual yo podía moverme fácilmente.
Un buen día, estabamos varios jugando en el patio, cuando apareció el antiguo matón, Franco, montado sobre el Gordo. Aquellos dos habían decido divertirse a costa de nosotros y cargaron en medio del grupo dispuestos a causar algo de dolor.
Como el Dragón asusta a los campesinos del pueblo cercano, Franco y el Gordo cargaron contra nosotros. Casi todos descabalgaron y huyeron asustados. Pero el Gran C y yo, no. Habíamos jugado suficientes partidas de rol, habíamos leído suficientes Comics de Conan y nos habíamos dado cuenta de la presencia de la tía buena de clase, como para huir.
Así que decidimos luchar. Imbuídos de un fragor guerrero, enfrentamos a aquella mole de carne furiosa. Un gigante que, sin jinete nos sacaba más de una cabeza. Con Franco cabalgando sobre él, el conjunto era un leviatán imparable que galopaba hacia nosotros.
Entonces vivimos uno de los episodios más épicos de la historia de EGB. Probablemente, todavía hoy, en ese patio se cuente nuestra gesta.
El gigante, pura fuerza e impulso, estaba a punto de arrollarnos cuando yo maniobré ágilmente y el Gordo pasó a toda velocidad a nuestro lado. Cuando estabamos en paralelo, el Gran C alargó la mano y sujetó la capucha de la sudadera que llevaba Franco. Yo Le dije al Gran C que tirase con fuerza, al tiempo que hechaba a correr para alejarme de la mole.
La fuerza combinada del estirón del Gran C, más la fuerza de mi carrera, hizo que Franco no pudiese seguir asido al cuerpo del Gordo y cayó de espaldas.
Normalmente, el caballo soltaba las piernas del jinete al notarlo caer. Pero el cerebro del Gordo funcionaba en un plano diferente al del resto. El tío, trotaba sin control, cual toro en la plaza. Y se olvidó por completo del jinete. Así, las piernas de Franco quedaron atrapadas en los brazos de el Gordo, y cayó hacia atrás desde más de metro y medio de altura.
El golpe de su cabeza contra el suelo resonó en todo el patio. Yo pensé "Mierda, lo hemos matado". Os juro que estaba convencido que había muerto. Desmontamos y quedamos mirando a Franco unos instantes, hasta que vimos que se movía lentamente.
Habíamos vencido. Nos habíamos enfrentado al dragón y habíamos acabado con él. Éramos héroes, nuestras febriles mentes apenas podían imaginar los parabienes que nos esperaban.
Ya podía imaginar a todas las tías buenas de clase lanzándoseme a la entrepierna, cuando notamos algo raro. El patio estaba en silencio. ¿Donde estaban los festejos? ¿Porque las chicas no corrían hacia nosotros?
Y lo entendimos, vimos a Franco caminar dolorido y renqueante hacia el rincón donde se solían colocar el grupo de Ultras. Allí, hablaba con ellos, furioso.
Estaba claro. Habíamos vencido, sí, pero la gente temía el precio. Apenas habíamos herido al más insignificante de los matones. Y ahora, ese matón exigía venganza ante sus superiores. ¿Pagaría todo el patio nuestra audacia? ¿Cuan furiosa sería la venganza de aquellos monstruos?
Yo casi esperaba que, en cualquier momento, el resto de ultras se lanzasen contra nosotros, dispuestos a dejarnos tullidos. Pero entonces, sorprendentemente, tanto el Jefe como, sobretodo, el Malo, comenzaron a darle collejas a Franco. El pobre matoncillo tuvo que salir de allí huyendo vilmente.
El patio respiró, los ultras no sentían ningún respeto hacia aquel matón fracasado y le habían castigado por dejarse humillar por nostros.
La vida volvió a la normalidad. Habíamos tenido unos segundos de gloria efímera, evaporada ante el temor de que nuestra heroicidad, se hubiese tornado en el equivalente dle patio a darle una patada a un avispero.
Y aquí dejo esta pequeña biografía, que ya estoy cansado de escribir.
Hasta la proxima, Frikis.