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lunes, 9 de junio de 2008

Homenaje al Spectrum

El Spectrum; no fue el ordenador más potente, no era el mejor técnicamente, su pequeño procesador fue superado por los procesadores de sus competidores de la época como Amstrand o Commodore, la mayoría de sus juegos solo utilizaban dos colores… Pero, pese a ello, es el mejor ordenador que jamás haya sido fabricado.

La lista de juegos que han pasado a la historia funcionando en este ordenador casi tiende a infinito. Las horas de vicio incesante que hemos pasado delante de su pantalla son incontables. Las dioptrías conseguidas gracias a ese monitor de fósforo verde que mis padres me compraron se cuentan por legión…

Así que voy a hacer un pequeño y curioso homenaje a esta máquina. Voy a hablaros del primer juego al que jugué en Spectrum y del primer y último juego que me compré originales.

Con la compra de mi flamante Sinclair ZX Spectrum +2 128K por mi primera comunión, me regalaron dos juegos: el Spitfire 40 y el Scooby Doo.



Pero debido a un error por parte del dependiente (no recuerdo los detalles de esta historia), tuve que devolver uno de ellos. Elegí el Scooby Doo y, a cambio, me dieron el The Ice Temple.


Así pues, el honor de ser mi primer juego de Spectrum recae en el simulador de aviones Spitfire 40. A aquella tierna edad yo apenas sabía nada de aviones, así que el juego no me impresionó demasiado. No así el The Ice Temple, mi segundo juego ever y que es uno de los juegos a los que más he jugado nunca.

El juego transcurría dentro del Ice Temple, un otrora impresionante castillo actualmente congelado y convertido en un demencial laberinto plagado de bichos voladores inclasificables. Nosotros encarnábamos a una especie de astronauta que debía recorrer el laberinto, matando bichos, y recogiendo objetos. El objetivo era encontrar una especie de generadores que eran los que mantenían el templo bajo su yugo helado. Una vez encontrados, debíamos arrojar dentro uno de los objetos recogidos, consiguiendo así que el generador se parase. Creo recordar que había siete generadores.

El laberinto era siempre el mismo, pero cada vez que comenzábamos una partida, lo hacíamos en un punto aleatorio diferente.

Sólo estuve a punto de acabarlo una vez. Es uno de los recuerdos más nítidos que guardo de mi infancia. Seis de los siete generadores bloqueados. Entro en una pantalla y veo, al final, el último generador. Me lanzo hacia el con el corazón a toda velocidad, saboreando el final del juego… Y entonces un bicho informe y maldito aparece, se lanza hacia mí ¡¡¡y me mata!!!

Jamás volví a estar tan cerca de acabármelo.

Seguimos con el primer juego que me compré. Hacía ya tiempo que tenía el Spectrum y había jugado hasta la extenuación a los juegos anteriormente descritos, cuando mi padre se apiadó de mí y decidió regalarme un juego, así que fuimos al puerto a ver qué veíamos. Al entrar a una tienda, detrás del dependiente pude ver un gran póster.


Sin dudar ni un solo segundo dije: “Quiero ese juego”. Acababa de adquirir el que es, probablemente, el mejor juego de la historia de los videojuegos.

Nada puede describir la experiencia. Solo decir que, al día siguiente por la mañana, me desperté a las 7, todavía de noche, y me puse a jugar de manera insensata. El vicio que sufrí con ese juego es tal que, todavía hoy y con emuladores, sigo jugándolo.

Al poco, mi padre me compró – o mejor dicho, se compró – un joystick que unir al que ya tenía yo, solo para poder jugar a dobles. Pasábamos horas jugando a lo que nosotros llamábamos “el juego de matar chinos”.


En el juego se encarnaba al Bruce Lee de turno de la portada, el cual avanzaba por diversos escenarios machacando a todo tipo de macarras. Recuerdo nítidamente las fases: El parking, La calle de las putas, el parque, el centro comercial, el bar de los chinos y la salita de juegos del malo final. Y, cuando matabas al malo final, el juego volvía al principio. Te daban vida a los 50.000 puntos, luego a los 100.000, luego a los 200.000 y, así sucesivamente. Creo que el record fue acabarlo 3 o 4 veces seguidas.

Finalmente, el último juego que me compré. Con el Spectrum dando ya sus últimas bocanadas de aire, con la mítica revista Micro Hobby cancelada hacía ya varios meses, me dispuse a comprar el que sería mi último juego de Spectrum. Aunque, claro, entonces no lo sabía.

El juego elegido fue el Tron, basado en la famosa película.


Lamentablemente, al llegar a casa resultó que no funcionaba así que fui a cambiarlo. Yo quería el mismo, pero en la tienda no quedaban más, así que elegí otro, el Mega Phoenix. Brutal portada, pero decepcionante juego. Una suerte de Space Invaders, con mejores gráficos, enemigos finales, armas diversas, etc. Apenas lo recuerdo, le dedique algunas horas, y enseguida cayó en el cajón del olvido.



Y así termina la historia de los tres puntos culminantes de mi relación con el Spectrum. Indudablemente, un triste final para el mejor ordenador de todos los tiempos.

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